CUENTOS

CONSTANTINO HACE LLOVER

Érase una vez un niño Constantino. Constantino no tenía nada de especial, era un niño como otros muchos: travieso, delgaducho, moreno y melenudo.
Su madre, cariñosamente, lo llamaba "Ojuelos", porque Constantino tenía los ojos negros, muy grandes y despiertos.
Constantino era realmente parecido a otros muchos niños que todos conocemos.
Pero la tierra de Constantino no era tan parecida a otros muchos lugares que todos conocemos.
¿Sabés por qué? Porque en esa tierra casi nunca llovía. Así que la tierra estaba seca, llena de polvo y era completamente amarilla. Muchos árboles ya no tenían hojas. Ni flores. Ni frutas sabrosas y apetecibles. Todo estaba seco. Hasta el riachuelo. Y las personas se ponían cada vez más tristes.
Pero Constantino no se ponía triste. Siempre estaba alegre y lleno de ideas.
Un día decidió darle una sorpresa a todo el mundo. Decidió que iba a hacer llover. Y preguntó:
-Papá, ¿de dónde sale la lluvia?
El padre le dijo que las nubes guardan una especie de agüita que un día cae y se hace lluvia, pero no supo decirle cómo sucede eso.
Entonces Constantino vio unas nubes en el cielo y se le ocurrió la idea de hablar con ellas para que lloviesen.
Comenzó a cantar:
-Que llueva, que llueva, la Virgen de la Cueva...
Pero no llovió.
Constantino pensó que no llovía porque las nubes estaban tan altas que no lo habían oído.
Llamó a todos los niños. Y cantaron:
-¡Que sí, que no, que caiga un chaparrón...!
Pero no llovió.
Entonces Constantino decidió mandar una carta a las nubes.
Pero no sabía escribir. Ni sus amigos.
Así que pensaron que podían enviarles unos cuantos dibujos.
Dibujaron la tierra seca.
Dibujaron la lluvia.
Dibujaron la tierra mijada, preciosa, con plantas y animales muy contentos.
Los dibujos ya estaban listos y había que entregarlos.
Los niños comenzaron a lanzar papeles hacia arriba, pero el viento no los dejaba subir y todos se caían enseguida al suelo.
Un niño enrolló su dibujo e hizo una bolita. La bolita voló más alto, pero no llegó al cielo. Y hasta parecía que las nubes querían saber de qué se trataba, porque comenzaron a aparecer en los montes, muy por encima de la tierra. Muy por encima de todos ellos.
Pero a Constantino se le ocurrió otra cosa.
Agarró una rama que tenía forma de horquilla y le ató un elástico. Hizo un objeto que muchos niños conocen. Unos lo llaman TIRABEQUE, otros lo llaman TIRAGOMAS, otros lo llaman HONDA.
Pero todos saben que sirve, por ejemplo, para lanzar bolitas de papel muy lejos...
Y los niños empezaron a lanzar los dibujos hacia las nubes.
Estaban todos muy contentos con la idea.
Pero no llovió.
Constantino pensó en otra cosa. Dobló el papel de los dibujos de tal forma que se transformaron en gaviotas y avioncitos de papel, que volaban muy alto y llegaban bastante cerca de las nubes.
Pero no llovió.
Entonces tuvo una idea mejor. Decidió hacer una cometa, con cañas y papel de seda. Una cometa es un juguete muy bonito, que muchos niños conocen. Unos la llaman PAPALOTE, otros  la llaman BARRILETE, otros la llaman PANDORGA. Pero todos saben que vuela muy alto en el cielo. Y el niño que la hace volar se queda abajo, sosteniendo un hilo largo atado a la cometa, que sube y bailotea en el cielo.
Cuando la cometa estuvo lista, los niños atravesaron los dibujos con el hilo. Los dibujos comenzaron a subir cada vez más, pero no llegaron hasta las nubes...
Entonces a Constantino se le ocurrió otra idea: ató los dibujos a la patita de una paloma mensajera. La paloma se elevó y desapareció muy arriba, entre las nubes. Después descendió sin los dibujos de los niños.
A las nubes seguro que les gustaron, porque, de repente, se puso a lover...
Al principio llovió despacito. Una gota aquí, otra más allá.
<<Tip, top, tip, top, tip, top, tip, top...>>
A todo el mundo le llegaba un rico aroma a tierra mojada, que fue creciendo. Caía tanta agua que era una fiesta. El agua formó charcos y riachuelos donde los niños ponían barquitos de papel. Acabaron empapados, así que se refugiaron en su casa. Quedaron mojados hasta los árboles sin hojas. La lluvia duró unos cuantos días.
Cuando amainó la lluvia y todas las cosas se secaron un poco, el paisaje era realmente hermoso.
Los pajaritos y las mariposas llegaron de lejos a jugar con las flores y las frutas sabrosas que estaban naciendo.
El río se llenó de agua y de pececitos.
Todo el mundo se puso muy contento.
Pero nadie estaba tan contento como Constantino. Porque él sabía que la lluvia era una sorpresa que él mismo había provocado, un regalo de los niños para todo el mundo.
Cuando lo decía, las personas mayores se reían y no le daban crédito.
Pero todos los niños saben que fue Constantino quien hizo llover.
Yo también lo sé. Y tal vez lo sepas vos también.

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